por Alain Duhamel
En el período de crisis, las teorías de la conspiración oculta, los fantasmas conspiracionistas, la mitología de fuerzas oscuras y de las redes secretas que dominarían el mundo florecen como nunca. Los thrillers esotéricos de Dan Brown, las novelas paranoicas de acción de Robert Ludlum consiguen triunfos mundiales. Las historietas reaniman con éxito las leyendas templarias o masónicas. Series televisadas captan audiencias gigantescas jugando con los miedos y chivos expiatorios. Internet propaga las fábulas más extravagantes y a veces las más rencorosas para explicar las grandes desgracias actuales a través de las peores conspiraciones ocultas: ¡los atentados del 11 de septiembre serían así el resultado de maquinaciones urdidas por la CIA y por Israel! Si el sistema bancario y financiero vacila, si el desempleo aumenta violentamente, es porque los amos clandestinos del mundo lo decidieron así!
La credulidad cruza todas las fronteras y atraviesa todos los límites, como si la ansiedad, la cólera y el resentimiento tuvieran necesidad de encontrar culpables ocultos, redes misteriosas, fábulas maquiavélicas, o incluso cuentos satánicos. Sería sin embargo, una ilusión pensar que se trata de fenómeno nuevo y de una patología contemporánea. Las mitologías conspiracionistas son eternas y siempre se han desarrollado en Francia, donde los textos más absurdos, los más temibles recibieron la mejor de las recepciones. Las sabias e insospechables ediciones del CNRS publican precisamente los extractos más característicos de los escritos más famosos que explotan la teoría de la conspiración oculta (1). Han sido seleccionados, reunidos y fueron presentados por Emmanuel Kreis, especialista del mito de la conspiración judéo-masónica. Eligió concentrarse sobre el período que iba del inicio de la revolución de 1789 al final del vichysmo [gobierno Petain].
Vemos así el éxito fenomenal que encuentra una falsedad que pretende revelar las instrucciones secretas enviadas a los Jesuitas. Todo se encuentra allí, el pseudosecreto, las fuerzas ocultas, la organización invisible, la influencia sobre la gente que son lideres. La Compañía de Jesús, con su influencia, sus métodos, sus éxitos y sus empresas políticas, se exponía por cierto a tales agresiones. Las formulaciones son sin embargo tan ridículas como el enorme eco que suscitaron, que sigue siendo inquietantes. La credulidad, la necesidad de creer en explicaciones ocultadas por la Historia estallan. Las teorías conspiracionistas se desarrollan sin embargo con la Revolución.
Se había acusado al rey y a la Corte de haber especulado con el grano y haber provocado el hambre. A partir de 1789, de una y otra parte, los fantasmas paranoicos se multiplican. Saint-Just ve por todas partes la mano del extranjero, inglés o austríaco. Gassicourt hace que sean los descendientes imaginarios de los templarios los instigadores secretos de la Revolución. Barruel triunfa haciendo de las logias masónicas el fermento decisivo de la rebelión.
Otros buscan las raíces entre los Iluminados de Baviera, entre los magos o incluso en los démonolatras. La Iglesia Católica fomenta a lo largo del siglo XIX la diabolizacíon de la francmasonería, por ejemplo con Monseñor de Ségur (hijo mayor de la condesa), que se imagina, más allá de las logias masónicas, la existencia de una trastienda de Carbonarios decididos a destruir el catolicismo. Con la subida del antisemitismo, la tesis de la conspiración judéo-masónica es la que florece. Se conectan incluso a templarios, con francmasones y judíos, etiquetados como los “principales amos secretos del mundo”. Se multiplican las falsedades, como el Discurso del rabino, el equivalente de los libelos antiguos expresados contra los Jesuitas. Drumont denuncia “la Francia judía”, otros lo asocian al ocultismo, al satanismo, al socialismo (naturalmente resultante de la conspiración judéo-masónica).
Con la batalla de la laicidad, el complotismo se convierte en un tema incluso de debates agitados en el Palacio-Borbón. Se mezcla siempre el dinero del extranjero y, cada vez más, la “conspiración socialista y anarquista”. Lo peor se alcanza sin embargo con el demasiado famoso “Protocolo de los sabios de Sión”, una falsedad fabricada por la policía zarista, difundida en los Estados Unidos por Henry Ford, que estará en el centro de la propaganda nazi y que conoce aún hoy un mayor éxito en Oriente Medio. En nuestros días, los clubes internacionales, los encuentros institucionales entre los poderosos (Triláteral, Bilderberg), las redes de la Nomenklatura prolongan estos temas que tienen como característica transformar fantasmas y credulidad en éxitos comerciales, en vectores de intolerancia y en creencias muy poco democráticas.
1. “Las fuerzas ocultas”, textos presentados por Emmanuel Kreis, CNRS Ediciones, 305 páginas.